El Monte Fuji – La Ciencia Ilumina la Naturaleza
La belleza natural del pico más alto de Japón atrae a innumerable gente a sus laderas. Pero el volcán también contiene el imponente poder de la naturaleza: podría entrar en erupción en cualquier momento. Entretanto, ofrece regalos de la naturaleza en forma de amplias cantidades de agua clara de manantiales situados en la parte baja de sus laderas, para el aprovechamiento de la naturaleza y de las ciudades y pueblos cercanos. Fuego y agua, dos caras de la misma montaña.
El monte Fuji, un volcán activo
Se cree que el archipiélago japonés descansa sobre los bordes de cinco placas tectónicas: la placa del Pacífico, la de Norteamérica (o placa Okhotsk, según algunos geólogos), la del mar de Filipinas, la Amur y la Nankai Micro. Esos gigantescos bloques se desplazan, chocan y se deslizan por debajo y por encima unos de otros, haciendo que Japón sea más proclive a los terremotos y a las erupciones volcánicas que casi ningún otro país.
El monte Fuji se ubica precisamente en el medio del archipiélago, casi directamente encima de donde se encuentran tres de las placas que hemos mencionado. Por eso ha entrado muchas veces a lo largo de la historia en erupciones violentas.
El Fuji que vemos hoy se desarrolló por encima de dos volcanes más antiguos. Hace unos 10.000 años, una de esas viejas montañas, el Ko Fuji Kazan (el “viejo volcán Fuji”, de unos 3.000 metros de altitud), comenzó a expulsar inmensas cantidades de lava en todas direcciones. Durante varios miles de años el Ko Fuji Kazan fue progresivamente tragado por su propia lava, junto con otro volcán aún más antiguo situado hacia el noreste, el Ko Mitake Kazan (el “pequeño volcán Mitake”). De aquel caos emergió lo que en lo fundamental es la forma de la montaña que ahora existe. Otras erupciones posteriores dieron los toques finales al hermoso cono que hoy en día podemos contemplar.
La actividad volcánica no terminó ahí, desde luego. El periodo más reciente de actividad frecuente y violenta duró 300 años, a lo largo de los siglos IX, X y XI a.C. La mayor erupción registrada en la historia fue la Jogan del año 864. Las cantidades masivas de lava descargadas entonces se transformaron rápidamente en la base de la montaña por su cara norte. El resultado que hoy podemos contemplar son las extensas y boscosas tierras altas llamadas Aokigahara y numerosos lagos.
Vista de Aokigahara, bosque denso y antiguo que se extiende por una meseta de lava al noroeste de la montaña. La meseta tiene un área de unos 30 km2.
No se registró ninguna actividad importante desde el siglo XII hasta la mitad del XV, época en la que el volcán volvió a despertar. Más tarde, en 1707, la erupción Hoei abrió tres cráteres en la ladera sureste causando una destrucción tremenda en las aldeas y granjas cercanas. También envió inmensas nubes de cenizas volcánicas que cayeron en forma de lluvia sobre la gran ciudad de Edo (actual Tokio), a más de 100 km hacia el este.
El monte Fuji ha permanecido tranquilo en los últimos 300 años. Pero para un volcán cuya vida es de cientos de miles de años tres siglos no significan nada. Sería completamente normal que la montaña entrara en erupción de nuevo en cualquier momento. Después de todo, simplemente está dormida.
Se cree que el archipiélago japonés descansa sobre los bordes de cinco placas tectónicas: la placa del Pacífico, la de Norteamérica (o placa Okhotsk, según algunos geólogos), la del mar de Filipinas, la Amur y la Nankai Micro. Esos gigantescos bloques se desplazan, chocan y se deslizan por debajo y por encima unos de otros, haciendo que Japón sea más proclive a los terremotos y a las erupciones volcánicas que casi ningún otro país.
El monte Fuji se ubica precisamente en el medio del archipiélago, casi directamente encima de donde se encuentran tres de las placas que hemos mencionado. Por eso ha entrado muchas veces a lo largo de la historia en erupciones violentas.
El Fuji que vemos hoy se desarrolló por encima de dos volcanes más antiguos. Hace unos 10.000 años, una de esas viejas montañas, el Ko Fuji Kazan (el “viejo volcán Fuji”, de unos 3.000 metros de altitud), comenzó a expulsar inmensas cantidades de lava en todas direcciones. Durante varios miles de años el Ko Fuji Kazan fue progresivamente tragado por su propia lava, junto con otro volcán aún más antiguo situado hacia el noreste, el Ko Mitake Kazan (el “pequeño volcán Mitake”). De aquel caos emergió lo que en lo fundamental es la forma de la montaña que ahora existe. Otras erupciones posteriores dieron los toques finales al hermoso cono que hoy en día podemos contemplar.
La actividad volcánica no terminó ahí, desde luego. El periodo más reciente de actividad frecuente y violenta duró 300 años, a lo largo de los siglos IX, X y XI a.C. La mayor erupción registrada en la historia fue la Jogan del año 864. Las cantidades masivas de lava descargadas entonces se transformaron rápidamente en la base de la montaña por su cara norte. El resultado que hoy podemos contemplar son las extensas y boscosas tierras altas llamadas Aokigahara y numerosos lagos.
Vista de Aokigahara, bosque denso y antiguo que se extiende por una meseta de lava al noroeste de la montaña. La meseta tiene un área de unos 30 km2.
No se registró ninguna actividad importante desde el siglo XII hasta la mitad del XV, época en la que el volcán volvió a despertar. Más tarde, en 1707, la erupción Hoei abrió tres cráteres en la ladera sureste causando una destrucción tremenda en las aldeas y granjas cercanas. También envió inmensas nubes de cenizas volcánicas que cayeron en forma de lluvia sobre la gran ciudad de Edo (actual Tokio), a más de 100 km hacia el este.
El monte Fuji ha permanecido tranquilo en los últimos 300 años. Pero para un volcán cuya vida es de cientos de miles de años tres siglos no significan nada. Sería completamente normal que la montaña entrara en erupción de nuevo en cualquier momento. Después de todo, simplemente está dormida.
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